Foto por Florencia Charadía (Urdinarrain)
Un mal recuerdo, un pasatiempo de sentidos distraídos que vienen
y van. Angustiados, sorprendidos, desarmados, completamente alejados de una razón y del corazón. Sin
pendiente, se posicionan al borde de un oscuro temor, de un relámpago de
historias y cuentos, mostrando en sus hojas que nada se desaparece porque sí,
sino se convierte en distancia. Y ella, egoísta y placentera, se acerca al centro del destierro que, una y otra vez, nos desesperan intentando encontrarnos.
No importa, por acá seguimos soñando, que no se te olvide. Ser soñador no es
cosa fácil, no se trata sólo de convencer al estado de ánimo todo el tiempo,
sino también de emprender vuelos mientras vamos sosteniendo el barrilete a
contra viento.
Esconderse detrás
una hoja. Eso no es cobardía. Vos no entendes, no nos vamos del todo. Vamos muriendo
y recobrando vida. Emparchando al alma que no deja alinearse tres días
seguidos con la misma sensación. Las
recaídas son nuestra especialidad. Permite cambiar a alguien que actúa de
la misma manera todas las veces que cruces. Y pégale, por favor, sin las manos
y sin violencia, con palabras. Peguennos si durante toda la vida sonreímos de
la misma manera, porque en el cambio nos fortalecemos.
Encontrarnos en un
papel, retarnos sin perdón para sentirnos bien, para darnos cuenta cuánto tiempo
perdemos intentando ser nosotros mismos, sin animarnos a ser cómo en realidad
deberíamos. Quisiera saber en qué momento nos dignaremos a valorarnos. ¡Pero
pará! ¡Esto es valorarse! Reconocer que el cambio abunda, que en la abundancia
hay luz, que en la luz nos volvemos a encontrar, y en el encuentro permanecemos
intactos con todas las emparchadas, extrañándonos a veces, queriéndonos sin pensarlo.
Vayamos, caminemos, tropezando, salpicándonos en medio del invierno y sus
baldosas rotas, enfureciendo a los fríos imitadores que se ocultan, demosle de
comer a nuestros pobres y desterrados recuerdos. Podríamos acostumbrarnos a pensar todo el día,
es más, cuando avanzan, todo se transforma, pero no creas en verdad que
moriríamos por pensar, no hace falta morir ni a palos, nos estaríamos alejando más de
lo que hoy estamos distanciados.
¿Cómo decirte que no, querida
nostalgia? ¿Cómo despertar de lo que acaba de descontrolarnos? ¿Por qué nos toco levantarnos? Si siempre es un sufrimiento padecer el resto del día.
Soy partidario de que a la tristeza la
encontramos nosotros mismos, al buscar sentir la sensación de que algo no esta
encajando, haciendo un vacío en nuestro ambiente. Podemos pasar de un extremo a
otro, pero preferimos sentirnos apagados. Elegimos la nostalgia, las lágrimas,
la piel de gallina, los labios quietos, los dedos tiesos, la inmovilidad instantánea.
Desperdiciamos la tranquilidad del alma, los latidos cálidos, la sangre
corriente, la mente coherente, los pies sobrevolando, en fin. Nuestras
pertenencias personales más valiosas para sentirnos vivos.
Sí, somos los mejores soberanos de nuestra conciencia. Porque
si la tristeza es en vano, ¿qué sentido tiene ser feliz?