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Almas alimentadas

martes, 30 de agosto de 2016

6102/80/03


Foto por Florencia Charadía (Urdinarrain) 



A todo lo tira mi cabeza,
a mi vida por la deriva la tira ella.

Aparezco en el podio,
pero mi cabeza me tira al suelo,
me subo, me tira,
me tira, me mantiene abajo.

Me siento,
esperando que ella se canse y nunca pasa,
me levanto, me subo,
casi arrastrando los pies,
camino un poco ‹‹qué bien se siente estar en el podio››.

La extraño,
a ella, a mi cabeza,
pero es mala conmigo,
no quiere verme contento
agitando la vida como un buen chico.

Ella me quiere en el suelo
‹‹allí es donde pienso mejor›› me dice,
y yo quiero el podio,
no quiero estar sentado.

Me tranquiliza después de gritarme,
de no parar de hablar,
me dice un montón de cosas,
algunas sirven, otras destrozan.

Y yo quiero estar en el podio,
poder quedarme todo el rato que quiera,
pero ella me tira, me empuja al suelo,
y yo que no soy egoísta,
no quiero que se sienta mal por mí,
¡es parte de mí, pobre!
No me puedo alejar.

Entonces me muestra su lado oscuro,
en donde tiemblo del miedo,
el espacio se reduce,
el podio se vuelve inalcanzable,
su tamaño se pone más chico que mis pies y no puedo subir,
porque si subo lo rompo.

Y yo quiero estar en el podio,
con mi amiga, mi cabeza,
la que me dice cosas lindas,
la que me incita a tomar mates y disfrutar del día.

Desearía vivir en el podio,
pasa que abajo esta la vida también,
la verdadera vida,
la realidad.


lunes, 22 de agosto de 2016

6102/80/22



Reinventar, seducir,
enfrentar el hoy.
Contemplar, relucir,
asombrar lo que sobre.
Imaginar,
permitir escuchar nuevas voces.
Apretar, enroscar, rumbos no ajenos.
Restar, no dividir,
las mañanas enseñanzas.
Apostar, coincidir fracturas.
Llorar, lo que haga falta;
no aflojar la proyección y nuestra fortaleza.
Convivir, derrochar,
conocer la virtud.
Aplastar, despejar,
ensuciarse sin dañar.
Derrocar, unir fuerzas del interior.
Festejar, proclamar resistencia íntima,
dicho sea de paso, conseguir y repartir,
para perseverar y perdurar.



lunes, 15 de agosto de 2016

6102/80/51



                                                       
                                 Foto por Florencia Charadía (Urdinarrain)
                               
   Un mal recuerdo, un pasatiempo de sentidos distraídos que vienen y van. Angustiados, sorprendidos, desarmados, completamente alejados de una razón y del corazón. Sin pendiente, se posicionan al borde de un oscuro temor, de un relámpago de historias y cuentos, mostrando en sus hojas que nada se desaparece porque sí, sino se convierte en distancia. Y ella, egoísta y placentera, se acerca al centro del destierro que, una y otra vez, nos desesperan intentando encontrarnos. No importa, por acá seguimos soñando, que no se te olvide. Ser soñador no es cosa fácil, no se trata sólo de convencer al estado de ánimo todo el tiempo, sino también de emprender vuelos mientras vamos sosteniendo el barrilete a contra viento.

   Esconderse detrás una hoja. Eso no es cobardía. Vos no entendes, no nos vamos del todo. Vamos muriendo y recobrando vida. Emparchando al alma que no deja alinearse tres días seguidos con la misma sensación. Las recaídas son nuestra especialidad. Permite cambiar a alguien que actúa de la misma manera todas las veces que cruces. Y pégale, por favor, sin las manos y sin violencia, con palabras. Peguennos si durante toda la vida sonreímos de la misma manera, porque en el cambio nos fortalecemos.

   Encontrarnos en un papel, retarnos sin perdón para sentirnos bien, para darnos cuenta cuánto tiempo perdemos intentando ser nosotros mismos, sin animarnos a ser cómo en realidad deberíamos. Quisiera saber en qué momento nos dignaremos a valorarnos. ¡Pero pará! ¡Esto es valorarse! Reconocer que el cambio abunda, que en la abundancia hay luz, que en la luz nos volvemos a encontrar, y en el encuentro permanecemos intactos con todas las emparchadas, extrañándonos a veces, queriéndonos sin pensarlo.

   Vayamos, caminemos, tropezando, salpicándonos en medio del invierno y sus baldosas rotas, enfureciendo a los fríos imitadores que se ocultan, demosle de comer a nuestros pobres y desterrados recuerdos. Podríamos acostumbrarnos a pensar todo el día, es más, cuando avanzan, todo se transforma, pero no creas en verdad que moriríamos por pensar, no hace falta morir ni a palos, nos estaríamos alejando más de lo que hoy estamos distanciados.

   ¿Cómo decirte que no, querida nostalgia? ¿Cómo despertar de lo que acaba de descontrolarnos? ¿Por qué nos toco levantarnos? Si siempre es un sufrimiento padecer el resto del día.

   Soy partidario de que a la tristeza la encontramos nosotros mismos, al buscar sentir la sensación de que algo no esta encajando, haciendo un vacío en nuestro ambiente. Podemos pasar de un extremo a otro, pero preferimos sentirnos apagados. Elegimos la nostalgia, las lágrimas, la piel de gallina, los labios quietos, los dedos tiesos, la inmovilidad instantánea. Desperdiciamos la tranquilidad del alma, los latidos cálidos, la sangre corriente, la mente coherente, los pies sobrevolando, en fin. Nuestras pertenencias personales más valiosas para sentirnos vivos.

   Sí, somos los mejores soberanos de nuestra conciencia. Porque si la tristeza es en vano, ¿qué sentido tiene ser feliz? 



jueves, 11 de agosto de 2016

6102/80/11



Foto por Stefania Fusch (Urdinarrain)


   Sostener; vaya palabra que cuesta cumplir. De los altibajos a la cima, de los altibajos al piso. Creer o no, no importa a esta altura si lo que tenemos puede iniciar un viaje y a su vez la única manera de viajar sea por allí mismo. Visitando los altibajos que demandan tanto y poco, poco y nada, nada y menos, menos y más, y más por más es más, pero a veces no alcanza. Lo positivo se derrumba, lo negativo encierra, las palabras se caen por las escaleras, las escaleras no llegan a una altura adecuada, lo adecuado quién sabe para qué existe, lo existente decime vos si sirve para algo al no darle más vida de la que lleva.

   Conclusiones, realismo, impureza. Cosas impuras, cosas de la creación, cosas de nosotros, de los bobos, de los caminantes, nuestras (bien nuestras), alucinantes, fascinantes, excepcionales, ocultas, verdaderas. Hacemos cosas, ya que sin hacer el hombre no se satisface, y la sustentación se vuelve, con cada minuto que pasa, insostenible.


   Mantener, lo que sea, en su lugar, quizá un poco al borde. ¡Presente! Acá, nosotros; luchadores por un mundo sin esa sombra enfermiza que tanto nos cega.

   Repetir los pasos; repetir la luz que todo el tiempo nos ve; repetir, con muchas erres, apretando los dientes, hacerlo cada vez más fuerte; repetirrr...

   Y sostener.

lunes, 8 de agosto de 2016

6102/80/80




   Cuantas veces caemos por la culpa, como si esa maldita manera de pensar fuese absoluta. Nos acribilla, nos aprisiona, la muy puta y exquisita sabe manejarnos cuando erramos. Suelo creer que gano ese partido todas las mañanas, y es cierto, la voy derrotando hasta que el silencio hace presencia.

   Entra, se me apoya en el cuero cabelludo y me come. Primero los piojos, luego pasa a las raíces de los pelos, ¿estoy calvo? Por supuesto que no, pero empiezo a ver que cada vez es mayor el dolor por no querer perder, ni seguir perdiendo parte de mi bello cuero.

   Qué lástima, yo tan lindo, tan feo, tan gordo, tan flaco, tan alto, tan bajo. Quisiera tener varios cuerpos. Este ha soportado demasiado a esa enferma sensación de ser el problema de todo lo que nos desborda al encontrarnos solos, con uno mismo, con tanto qué decir y tanto qué escuchar.

   Ni vos ni yo hemos sido creados, ni educados para ceder, menos aún para mentir cuando sabemos que lo brindado eleva al receptor. Hay sensaciones que nos apagan, dejando de lado las virtudes, ¿a quién se le ocurre no brillar? Y de la manera en que uno quiera, para después al enfrentarnos a nosotros, esa puta y exquisita culpa al fin desaparezca.

   Tengo un lote de cuentos que a nadie he mostrado, ni que hablar de cotarselos. Me los dejo para mí, cuando en esos días grises no encuentro el sabor dulzón de pertenecer a esta vida. No es que no lo quiera compartir, pasa que cada uno debe necesitar de su propia letra y empuñadura para ascender el estado de su ánimo a una altura que, sin poder ser medida, nos pone a fuego en un instante.

   No podemos elegir sobre qué contar, sino padecer sería de lo más fácil. Yo tengo el peor de los enemigos, mi propio yo. No podemos permitirnos no contarnos cómo en realidad somos, y menos aún, lo que podemos llegar a ser.

   ¿Vos?, ¿te contas tus propios secretos?