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Almas alimentadas

sábado, 24 de junio de 2017

El vendaje del Engaño


Foto por https://m.123rf.com/


   Generalmente, asociamos el verbo "ver" y el verbo "mirar" como la misma cosa. Decimos frases como "Podemos mirar la televisión". Pero: ¿son la misma cosa?, ¿hacemos las dos a la vez?, ¿se puede hacer una y no la otra? Según el diccionario, "ver" es percibir los objetos mediante la acción de la luz hacia los ojos; en cambio, "mirar" está definido como observar. Y "observar" viene de una acción de análisis sobre algo.

   Últimamente vemos muchas cosas diferentes en el mundo. Vemos el sol que sale por la mañana en nuestra ventana; vemos un perro que se cruza por la calle, autos y motos que van a la velocidad de la luz; niños jugar en el parque, en fin, muchas cosas se ven día a día en nuestra vida cotidiana. Muchas cosas que antes no eran comunes en la vida del hombre, ahora lo son. Con estas, y con el tiempo, se han incorporado diferentes hábitos. El problema no son tanto los hábitos que se han normalizado, sino las realidades.

   Día a día prendemos la televisión, el celular, la radio o simplemente agarramos el diario. Las noticias no son muy variadas; choques y accidentes de tránsito, catástrofes naturales, guerras, guerras y guerras. Lo más lindo que encontrás en las noticias son los datos del clima. Cada vez menos vemos las noticias, sentimos angustia, rabia e impotencia. O peor, vemos las noticias, pero no nos interesa demasiado. Hemos llegado a un estado muy preocupante, en el que ya no importa demasiado lo que le pasa al otro. Si a mí no me afecta, da igual. Creo que debemos despertar (lo antes posible) porque estamos muy dormidos. Las muertes sólo importan cuando son números elevados, cuando ese número está rodeado a las personas de poder. ¿Qué nos está pasando? ¿Qué le está pasando a la sociedad? Por primera vez, es un tema que no tiene que ver directamente con la gente que nos gobierna, sino con nosotros mismos. Y si es sobre nosotros: ¿cómo puede ser tan difícil?

   Finalmente, puedo mostrar la diferencia. Aquel que puede ver, puede mirar la suerte y la desgracia de mirar, y aquel que puede mirar, puede actuar. Pues bien, no estamos actuando. No estamos actuando frente a los maltratos, frente a las violaciones, frente a los asesinatos, frente a las desapariciones. ¿Qué estamos esperando? No hay nada que esperar, porque esperar que las leyes hagan justicia es como esperar que caiga nieve en el desierto. Debemos actuar ahora. Es el momento de ponerse los pantalones y salir a enfrentar el mundo en el que vivimos. Basta de publicidad sin sentido, basta de frases y carteles vacíos. Actuemos ahora, miremos ahora, luego será demasiado tarde. Seamos valientes, hombres y mujeres, porque si cerramos los ojos frente a quién nos necesita, ese otro nos cerrará los ojos en nuestra cara en otro momento. Ver; vemos todos, mirar; esa es la cuestión.




Escrito por Micaela Pozzi (Urdinarrain)

martes, 13 de junio de 2017

7102/60/31




Me gusta el calor de su cuerpo,
al momento en que la siento desnuda,
como consagra su figura,
rozandomé su hermosura despacio
invitandomé a abandonar el ocaso que desde sus manos insinúa.

No conviene otro cuerpo contra el mío,
el suyo calentaría mi casa entera
y sigue siendo de esa misma manera,
que al regresar de su blanco,
siento irse un frío largo dibujando la locura.

Me combate y me pone a tal punto
que temo esparcir ese calor,
porque después de haber sentido ese temblor,
no hay cuerpo que resista en su cordura,
ni pieles que sientan más hermosura, como la que siento estando con vos.

No exagero ni trato de mentirte,
es lo que en mi mente se detiene
y, por si acaso alguien más viene,
alejo con toda sabiduría
el brote de alguna grieta que en sus manos domina.






7102/20/60



   El tiempo no cura. Si no decime cuanto tardás exactamente en reponerte, en cambiar una emoción de lugar, en dar vuelta la energía que demandás. No vivimos acorde al tiempo, es por eso que si sólo tuviéramos tiempo, no deberíamos preocuparnos en sanar, porque de nada estaríamos dañados. No es más que un compañero que a veces nos guía hacia adónde no queremos ir, otras adónde necesitamos llegar y hablandolé equivocadamente, esperando a que él nos diga cuándo volver, para no seguir esperandoló.

   No vivimos una hora o dos minutos, vivimos un momento específico y ese es nuestro espacio en el mundo. Uno va por la calle pensando cuánto tiempo puede tomarle llegar a la esquina, sin darse cuenta que ello nos va marcando un límite que, dentro del mismo, cedemos un pedazo nuestro inconscientemente. Desde ese momento nace un mundo paralelo, en el cual no precisamos habitar.

   Siempre nos encontramos sobre dos distancias, dos velocidades, todo en el mismo tiempo. No puede dividirse, es por ello que no cuenta con el poder de curarnos. Nos curamos con acciones, con cambios, los cuales son imposibles de realizar dependiendo de un tiempo, ya que si dependemos del pasado, nos hundimos aún más; y si dependemos del futuro, vamos a dejar vacío nuestro presente, que es con quien tenemos que convivir.

   En el presente no hay tiempo. Tan sólo hay exactitudes que nada tienen que ver con llevar un reloj en la mano o en los pensamientos.

   Supongamos lo siguiente: En una ruta de dos carriles van dos autos. Un auto de gran comportamiento y fuerza sobre el lado izquierdo, y otro con menor alcance sobre el lado derecho. El piloto del auto con mayor comportamiento no tiene en cuenta que el rendimiento de los dos autos son iguales. aunque sean de diferentes marcas y países. El piloto del auto con menor comportamiento sabe que el rendimiento de los dos es el mismo, ya que si de un lugar estamos hablando, los dos van a llegar, no importa cuando, ni cuanto les cueste; van por el mismo camino. Sin embargo, el piloto del auto con mayor comportamiento, tiene la necesidad de llegar antes, no porque su auto se lo permita, sino por el hecho de creer que pierde tiempo si así no lo hace. Mientras que el piloto del auto con menor comportamiento, se toma su tiempo para disfrutar el paisaje, y por qué no, de un buen mate también.

   ¿Qué es lo que debemos diferenciar en este ejemplo?, ¿la velocidad?, ¿la distancia? Ya dije, siempre nos encontramos sobre dos de cada una de ellas; pero al tiempo no lo podemos separar y elegir cual nos convendría, o cual nos llevaría más tranquilos hacia adónde queremos llegar. Lo podremos suponer. Suponer que, yendo más rápido, estaríamos más tranquilos al llegar. Y yendo más lento, llegaríamos más relajados. Siempre hay un fin, una meta. De ello no podremos desterrarnos jamás. Es lo que nos concierne; el único motivo por el cual ponemos nuestra sabiduría en la ruta. A partir de estas dos posiciones, uno debe terminar por comprender que no somos capaces de ganarle al tiempo, porque cuando lleguemos a la meta, quedará aún más tiempo por cumplir, como si fuese que estamos en un óvalo, girando, y girando sin parar.

   Me arriesgo a decir que el tiempo no cura, porque si en el medio de cada viaje, nos ponemos a pensar en el tiempo, nos estaremos olvidando de cuanto vale la distancia y la velocidad, y si llegamos algún día a eso, empezamos a perderlo todo, ya que para tener un buen presente, necesitamos con total certeza discernir la importancia de un fin y un movimiento, evitando de esa manera, que el tiempo no pase a ser arena en nuestras manos en cuestiones de segundos.





7102/60/31




   Las palabras me duran dos o tres días en la cabeza después de leerlas o encontrarlas. Las repito, las borro, las tacho, le busco sinónimos, le cambio de letras, le pongo más comas, más espacios; pero siempre termina siendo la misma palabra si vamos al c,aa so.

   Eso nos sucede a nosotros, que queremos evitar hablar de lo que somos capaces cuando esa capacidad no abraza a quien tenemos al lado. Y evitamos desesperadamente el orden en el cual ponemos al cuerpo en esa expresión, sobresaliendo de la costumbre. Pero, ¿podría uno hablar de costumbre si no es capaz de aceptar que dicha costumbre muchas veces se despedaza? Deberíamos mirar más seguido al costado y no tanto hacia atrás y al frente, ya que a los costados esta depositada la escencia, donde el transcurso de los pensamientos se hacen valer.

   Y vos, ¡tenés que hacerte valer!



jueves, 8 de junio de 2017

Un ángel vino a tu puerta


Foto por Stefania Fusch (Urdinarain)



   Sobre la vereda de un club se encontraba un adulto de traje, nervioso, caminando de aquí para allá, preguntándose cosas, maldiciendo otras. A los lejos, un niño en bicicleta, ropa gastada, sonrisa enorme, en pata; frenó ni bien vio al señor preocupado. Este le preguntó: —Señor, ¿qué esta haciendo?
—Fumándome un pucho, ¿no ves? —contestó de mala gana.
—Ah —dijo el pequeño.
—¿Vos que hacés por acá?
—Ah, solo paseo.
—¿No deberías estar en tu casa haciendo la tarea?
—No, señor. No tengo tarea hoy —dijo el pequeño.
—No mientas. Así no vas a llegar a ser nadie —le dijo el adulto, con tono arrogante.
—Ah, no se preocupe —dijo el pequeño.
   El adulto lo miró y seriamente le pregunto: —¿No querés ser como yo?
—¿Cómo usted, cómo? —dijo el pequeño.
—Así, bien vestido, con dinero, y buena familia.
«Buena familia», pensaba el pequeño.
—No, señor —le contestó—, porque estaría siendo casi la misma persona que usted.
—Te vendría muy bien —dijo el adulto.
—¿Qué es la buena familia? —preguntó el pequeño.
—Y… Mirá, todos sanos, buenos estudiantes, buena gente.
—Veo que le gusta que sean buenos —dijo el pequeño.
—Sí, por supuesto —contestó el adulto.
—Quizá algunas personas no quieren ser buenas. No les gusta —dijo el pequeño.
—¿Cómo puede gustarle a alguien ser una persona mala?
—Si, puede —dijo el pequeño—. No siguen las reglas de ningún hombre bueno. Es más, van en contra por gusto, por pasión.
—¿Vos sos una persona mala? —preguntó el adulto, notando la inteligencia del pequeño.
—Yo solo soy —contestó—. Se lo bueno y lo malo, pero va más allá de eso tu pregunta. Yo soy porque aprendí de los que necesitaba aprender.
—Vos conmigo aprenderías muchas cosas —dijo el adulto.
—Y también perdería —dijo en voz baja.
—¿Cómo? —dijo el adulto.
—Nada, nada, pensaba en voz alta.
Digamé, ¿qué están haciendo sus hijos ahora?
—Mi hijo mayor esta jugando en este club, al basquet. Mi nena con su madre.
—¿Y no lo acompaña? —dijo el pequeño.
—No, porque me pongo nervioso y lo distraigo.
—Ah… ¿Y no cree que necesita apoyarlo?
—No te metas en lo que no te importa.
—Solo digo, a mi me hubiese gustado poder jugar y que mis padres me acompañaran. Y me suena un poco a contradicción lo que usted dijo. Me ha dicho que no me meta en sus cosas, pero usted me preguntó si yo quería ser como usted.
—Mira, chiquito, mas vale que cuides lo que decís. Sos muy chico.
—Tiene razón, soy chico; pero mi edad no me determina...
—Claro que sí —dijo el adulto.
—¿A usted también? —dijo el pequeño.
—A mí no. Ya soy grande —contestó el adulto—. Se supone que…
—¿Entonces porque me dice cosas a mí, si usted no acepta las mías?
—Porque sos chico —contestó el adulto, tirando el pucho.
—Esta bien —dijo el pequeño.
El adulto sonrió victorioso.
—Una cosa más —dijo el pequeño.
—Sí —dijo el adulto satisfactoriamente.
—Cuando sus hijos pierden, ¿les dice cosas?
—Mis hijos no pierden. Van a clubes grandes, ganadores.
—Bueno, ¿pero a veces deben perder o no?
—¿Qué querés?, ¿plata? —le dijo el adulto, irritado.
—Solo estoy haciéndole preguntas, nada más. Los niños somos curiosos.
—Sos muy preguntón —dijo el adulto.
—Esta bien.
—Mis hijos son felices —dijo el adulto.
—Lo felicito, señor.
Creo que a su hijo lo conozco.
—No creo. ¿Qué haría mi hijo juntándose con un chico como vos?
—Lo he visto jugar, me ha invitado muchas veces. Es muy bueno.
—Sí, ya sé que es muy bueno —dijo el adulto—. Juega de… No me sale.
—Juega de base —dijo el pequeño.
—Sí, de esa posición —contestó.
—¿Usted sabe lo que hace un base?
—No, no me interesa.
—Pero es la posición de su hijo —dijo el pequeño.
—Mira, nene. Cortala porque voy a pegarte una cachetada.
—No, señor. No me pegue. Mi mamá se pondría triste.
—Te mereces una cachetada por atrevido.
   «No lo entiendo», pensaba el pequeño, primero me dice lo que debo hacer para ser una mejor persona y después me quiere pegar.
—Si usted me pega, dejaría de ser buena persona —dijo el pequeño.
—Incorrecto —dijo el adulto haciendo la seña con los dedos—. Vos te lo mereces.
—Entonces vos también —dijo el pequeño.
—No, yo no… Y el joven instantáneamente comenzó a pedalear alejándose.
—Su hijo me contó que usted lo reta mucho y le pega cuando no le salen las cosas. ¡Deje de pegarle! Él lo quiere mucho y tiene miedo de fallarle —le gritaba alejándose cada vez más.
   El adulto sintió correr un escalofríos, quedando sorprendido por lo que le había dicho este pequeño que ni conocía y, sin poder decir nada, entró al club. Su hijo jugaba felizmente, pero al ver él a su padre, se le paralizó el cuerpo. Tenía la pelota en la mano, lo chocaron los rivales quedando tirado en el suelo afuera de la cancha. El adulto comenzando a llorar corrió rápidamente a socorrer a su hijo, dándose cuenta que el pequeño de la bicicleta tenía razón. El hijo lloraba desconsoladamente en el suelo, pidiéndole que no lo rete ni le pegue. El padre lo abrazó, le pidió perdón por todas las veces que lo había retado y pegado. Lo alentó a que se levante, y el hijo volvió a la cancha con más fuerzas que nunca. Al mirar hacia afuera el padre, en la puerta, se encontraba el pequeño con su bicicleta sonriendo enormemente, haciéndole la seña de que había hecho el gesto que siempre estuvo esperando su hijo. El padre, con la sonrisa de un niño, le dió las gracias a la distancia.


Moraleja: Los niños pueden ser muchas cosas, pero sobre todo, niños.




miércoles, 7 de junio de 2017

7102/60/70



   Uno no podría hablar de tranquilidad si no se ha sentado a un costado del río, del mar, de algún lugar donde se siente que la vida pasa sin rasgos de nostalgia, de tristeza. Uno encuentra en ese momento total liderazgo sobre sí y, sin buscar respuesta, encuentra de repente pequeños señuelos que invitan a desarrollar las ideas que estaban quemandosé mientras mirábamos en el limbo; pero no un limbo tenebroso, porque ninguno debería llegar a serlo. Más que nada, en un limbo horizontal, sin valles, ni lomas de burro. Seco, y cada tanto mojado entre tanto pavor que asesina al alejarse uno, de lo que le devuelve el alma al cuerpo.

   A mí nunca me interesó otra cosa, lo estoy comprendiendo ahora. A mí siempre me importó el resultante entre la posición del hombre como ser humano y como ciudadano. De ahí parten todos mis pensamientos, no siempre me agrada escucharlos, ni sentarme a que me entristezcan. Es allí donde nace la miserabilidad y me es inevitable inventar esa palabra, porque abarca cada rincón de la acción de una persona. Uno no puede quedarse acurrucado, o en la silla, tiene que mover el culo hasta que le duela, incansables veces, sino estaríamos siendo miserables conscientes, y a mi me parece que de consciente no tenemos nada cuando hay que hablar de miseria.

   Esto pasa porque me siento a ver como cae el sol. Y sentarse a ver la puesta del sol implica dos cosas muy importantes. La primera: tranquilidad, nada de apuros, y la segunda: música.  Si fusionas esas dos junto con la puesta del sol, te aseguro que el cielo mismo se va a posar y va a detenerse para que lo aprecies con toda calma. Podría haber una tercera, que sería estando acompañado de alguien, pero si nos situamos más adentro, los sentimientos están dentro nuestro, no se pueden complementar con los de otra persona que siente las mismas cosas, pero recuerda y revive distintas sensaciones y cicatrices. Por eso me arriesgo a decir que la miseria es la parte contable del ser, ayuda a corregirnos, a mejorar, a progresar, a programar, pero no muestra cambios importantes en el corazón de alguien que aprecia el saber perder algo tan nuestro y aun así no sentirse culpable.