Foto por Stefania Fusch (Urdinarrain)
No hagás caso, al silencio en primer lugar, disfrutalo un rato pero no le hagás tanto caso, después de todo es un eco nuestro. No te violentes, deja que quien quiera pegar, pegue, y el que quiera seguir aguantando, aguante. Qué nos vamos a meter donde no nos incumbe, ¿para qué?, ¿para perder tiempo? Dejalas solas. A las ideas, digo. Dejalas tranquilas. Ellas saben moverse. Te ponen de pie. Te tiran al suelo. Y qué. Y qué queremos seguir contando. ¿Cuánto ganamos hoy? ¿En serio me decís? ¿Y la pobreza de otros por dónde andará? Nos metemos en esa de ayudar o es solo para giles que se creen compasivos? Vamos a ponernos de acuerdo. Yo la veía a mi abuela darlo todo, pero en ese tiempo no entendía. Yo pisaba las calles de tierras, pisaba el barro; pero no entendía. Yo jugaba bajo la lluvia, comí ranas, cacé palomas, trepé árboles; pero seguía sin entender. Me lo explicaron un montón de veces, y yo convencido decía, hay que agarrarlos de chiquitos porque de grande los perdemos. Y yo era un boludo, porque solo decía y no hacía. Qué podía entender, si no me faltaba la comida. Qué podía entender si usé ropa de marca alguna vez en la vida. Qué iba a entender yo, queriendo camuflarme con los mismos pero en distinta sintonía. No estaba errado, igual. Cada día fui metiendo los pies más en la tierra, como para llegar a comprender. Y siempre la tristeza se anteponía y no me dejaba pensar. Y me sentía un estúpido por llorar esa pena. En verdad me pregunto por qué: ¿dónde nació esa diferencia? ¿Con cuánto aporte se vuelve digna la acción para cambiar el porvenir? ¿Lo estaré haciendo ahora sin darme cuenta? ¿Estaré confundido leyendo a otros confundirse? ¿Qué debo pensar sobre mis penas? Esa incansable vuelta de tuerca que no para. Ese cuchillo que destripa sin cortar y extirpa nervios sin tocar. ¿Debería callarme ante mis sentimientos? ¿Debería dejar de lado mi lado sensible para que nadie descifre por los lugares que ando paseando? ¿Debería hacerle frente al egoísmo que me agarra de los pelos y los tira hasta arrancarlos y aún así, espero verlo crecer de nuevo? Cuándo, me pregunto yo. Cuándo es el momento de sentarse al lado del que sufre y compartirle una sonrisa, sabiendo que no va a ser la solución exacta, pero aún así hacerlo. Cuándo, me vuelvo a preguntar, fue que decidí acercarme a esa parte inquieta y pujante que buscaba enternecer constantemente los caminos de quién vendría y pasaría sin dejar una limosna, viendomé incomprendido e incompetente ante el caos de mi alma, que dicho sea de paso, es tu alma también. Nadie me obligó a equivocarme, fue necesario para ayudar a los demás, y por último a mí, como lo hacía mi abuela, incansables veces. Yendo a pata a los barrios para preparar “la fiesta de la torta frita y una chocolatada”: primero ellos, después vos, decía, y me moría de hambre, y me convidaban un pedazo. Tiempos que no veo ya. Porque seguro ando preocupado en esto. En hacer las cosas de corazón. Y me olvido a menudo de quienes menos tienen, porque Dios quiso crearme así. Y me acuerdo de la felicidad inviolable de los nenes que merecen mantener esa ilusión viva, faltandolé jamás un abrazo y una caricia. Ahora lo entiendo, un par de años después. Y seguro vos también lo entiendas, y te pongas en el lugar de ese a quién le falta un pedazo de alma y está ahí, en la dulce espera del sentimiento más sano que conocí: el compartir sin esperar recompensa, una caricia al alma a quien más lo ande buscando y por miedo calle, por inocencia o vergüenza, y se aleje más y más de esa divina presencia que es el humanismo de las cosas.